El escritor y periodista Arturo Pérez Reverte fue el encargado de pronunciar el XXVI Pregón Taurino de Sevilla, celebrado en el Teatro Lope de Vega de la capital hispalense. Presentado por el periodista Carlos Herrera, y dedicado a su amigo Espartaco, también presente, Pérez Reverte dividió en tres partes su relato: su infancia y su acercamiento a los toros, la defensa del espectáculo y el ataque a algunas costumbres y sus relatos junto a Espartaco, cuando quiso conocer los pensamientos de quienes se visten de luces.
Antes de comenzar, el escritor cartagenero aseguró que "Yo de toros sé muy poco. O lo justo. Yo de lo único que sé es de lo que sabe cualquiera que se fije. De animales bravos, de temple y de hombres valientes", apuntó.
En su intervención, Pérez Reverte narró su primer contacto con la Fiesta, con su abuelo, cuando "cada domingo de toros cogía el sombrero panamá y se metía dos puros en el bolsillo superior de la chaqueta". Y, de la mano de su nieto, se iban "detrás de las mulillas y la banda de música camino de la plaza".
En aquella época en la que se acercó a los toros, el escritor explicó que "lo políticamente correcto estaba todavía tan lejos como la luna. Los psicoterapeutas, psicopedagogos y psicodemagogos no se habían hecho amos de la educación infantil. Nadie obligaba a los niños varones a jugar con ‘cocinitas' y ‘nancys' para evitar que fuesen repugnantes machistas. Eran tiempos en los que nadie ponía objeciones a que un niño fuese a los toros con su abuelo".
Fue en las plazas de toros donde aprendió unos valores que, pasado el tiempo, recuperaría en sus funciones de corresponsal de guerra: "Aquél niño aprendió algunas cosas útiles sobre la vida y la muerte... aprendió a valorar, o empezó a hacerlo, las cosas que hoy valoro. Dignidad, coraje, resignación, vida y muerte. Las reglas, descubrí con asombro, eran las mismas. Las mismas palabras", narró en su intervención.
También aprendió otros conceptos íntimamente ligados a la realidad del toreo: "Esas dos palabras, valor y dignidad, constituyen la única, la máxima, la verdadera aristocracia del género humano". Pérez Reverte reconoció que, precisamente por eso, el toreo es tan auténtico: "Lamentablemente, a veces tienen que caer toreros. Si la muerte no jugase la partida de modo equitativo, nada de todo esto tendría sentido".
Pérez Reverte habló de su afición a los toros: "Aficionado, sí. Lo soy. Pero ojo, según y cómo", haciendo hincapié en algunas prácticas deplorables"como el Toro de la Vega, en la que un animal indefenso es torturado hasta la muerte por la chusma que se ceba con él", para defender de forma enérgica al toro bravo y la Fiesta taurina: "El toro nace para pelear con la fuerza de su casta y bravura, dando a todos, incluso a aquél que lo mata, una lección de vida y de coraje. Si no se jugase la partida de modo equitativo -dijo refiriéndose a las cornadas mortales- nada de esto tendría sentido y sería sólo eso: un espectáculo. No el rito trágico y fascinante que permite asomarse a los grandes misterios de la existencia", apuntó.
La gente piensa que a un torero le coge un toro por dinero o afición, pero le coge por pundonor, por su reputación y respeto
Por último, el pregonero narró, a modo de novela, sensaciones y confesiones junto a Juan Antonio Ruiz "Espartaco", con el que compartió viajes, actuaciones y sentimientos toreros: "Quería comprender qué pone a un hombre frente a un toro. Sus reflexiones (...) Esperando el regreso de la cuadrilla, el informe sobre los toros que le han tocado en suerte, el estado de la plaza, el tiempo..." y habló también de sensaciones: "Hay un miedo general y un miedo físico, concreto. El miedo que sientes en la parte del cuerpo donde se te puede clavar el pitón. Y sobre todo viene cuando repites lo que te costó una cornada", confesó el escritor.
Ahondado en ello, Pérez Reverte apuntó que "Por lo general, la gente cree que, en la plaza, a un torero lo coge un toro por dinero o por afición. Pero la gente se equivoca. A la mayor parte de los toreros los cogen por pundonor; por su reputación. Por respeto", concluyó.
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