Hemos sido pocos los afortunados en saborear toda la magia que tiene un dia de tentadero en todas sus modalidades, bien sea a campo abierto, en plaza de tientas, de machos o de hembras. Todos tienen el mismo embrujo del campo en su máximo esplendor.
Quizás en cualquiera de estos dias es cuando uno se encuentre mas a si mismo delante de la cara de los animales que en cualquier festejo. Quizás esa soledad del campo y esa intimidad sea la que haga salir todo eso fuera.
Lo cierto y verdad es que intentando describir lo que es un dia de tentadero, me acordé de un parrafo que tenia guardado hace tiempo del gran Antonio Burgos, en el cual describe a la perfección lo que es un dia de estos. Os lo dejo para que disfruteis con el.
POEMA DEL TENTADERO
La jara ya está en flor por el camino. El coche de cuadrillas sube cuestas adivinando tardes de corridas.
Atrás van los fundones de capotes, la muleta, la espada simulada que es lo único falso en este coche, donde el apoderado va explicando los carteles de mayo en San Isidro, y el maestro, sentado junto al chófer, reposa la mirada por los montes, los blancos caseríos de la sierra, y las vacas que aguardan esta tarde. Un silencio de campo nos espera en cuanto que se abren cancelines y caminos de albero hacia la casa. La casa llama siempre el ganadero a la finca, al cerrado, a la placita en donde por los días de tambores y de vísperas ciertas de la cera, las eralas nacidas de los vientres de las vacas sagradas de los libros embestirán un peto, mientras muestran en el lomo su sangre de bravura.
El cuarto del cortijo es esta tarde habitación de hotel para el maestro. Los machos se han cambiado en los caireles del pantalón campero que ahora ciñe el mozoespadas que los botos lustra, todo dispuesto siempre como un rito. El patio está en silencio cuando sale. Cantan pájaros y todo suena a campo. Encinares le llevan a la plaza, que es una tapia blanca de silencio, apenas roto por la flor bravía. Suena el campo esta tarde a primavera cuando las vacas al corral llegaron entre galopes de los mayorales, y los muchachos en la tapia esperan, la muleta guardada en un hatillo.
“Cuando quiera, maestro”, dice el dueño, mientras ronda las yerbas el caballo del picador que ahora entra en la plaza. Todo es rito, silencio, la corrida más campera que nunca vio la jara. Tendidos de humedades, la libreta donde se apuntan hierros y embestidas, el burladero roto de cornadas de eralas que repiten la bravura. Nadie mira, no hay público ni banda, el paseíllo apenas es este gesto, del maestro mirando al de la puerta. Y se abre el portón por donde sale una erala, un número que canta el mayoral que ha abierto los cerrojos. El caballo la espera entre los cantos del silencio de pájaros de siglos. Voz de campo, el piquero cita y llama. Levanta la garrocha mientras pone el pecho del caballo recibiendo. Se oyen la embestida, las pisadas de la becerra sobre el pisoplaza. Vuelve y recuerda al peto su linaje. Un capote la cierra, otro la lleva nuevamente al caballo, ahora la ponen en donde una libreta apunta cifras que sólo el dueño de esta casa entiende.
Hasta el vuelo se oye del capote cuando el maestro va templando ahora la embestida, tan nueva, de la vaca. En la encina los pájaros contemplan un horizonte donde está apartada la corrida, tan seria, de Sevilla, la otra de Madrid, la novillada que mañana se embarca para El Puerto. Y el usted, y el maestro por delante, y ese rito perfecto que les sale de los fondones de la misma historia. Y con miradas, hombres que se entienden, ese peón que ahora echa el capote, y a una mano se trae a la becerra hasta un tercio soñado de vegueros. Y la muleta, breve, bien armada, por bajo la recibe, da salida a esa sangre tan nueva que enrojece el lomo vareado de la erala. Y cumpliendo esa sangre, la becerra mete la cara en esa tela roja, como si nunca hubiera hecho otra cosa, y repite embestidas que barruntan tardes de dos orejas con sus hijos. Acaso en el tendido de humedades, alguien dice ese “bien” con que acompaña el sentimiento a un natural templado.
“Ya está vista”, comentan en la boca de un burladero viejo de olivares. “Muchacho baja”, dicen al que espera. Y la muleta del hatillo imita lo que ha visto el muchacho a ese maestro, que ahora fuma un cigarro y bebe un trago. “Otro más y el de pecho” es la medida que el dueño de la casa dicta ahora. Y la puerta se abre nuevamente a libertad de campo y de jarales, y la erala, encelada en los engaños, se encampana en la gloria de su hierro, hasta que a gritos los vaqueros logran que retorne a los campos su bravura.
La jara que está en flor por el camino ceremonial se ha puesto en esta tarde en que tientan las vacas en el campo.
Antonio Burgos
El Recuadro, 01/04/98
El Mundo de Andalucía
Antonio Burgos
El Recuadro, 01/04/98
El Mundo de Andalucía
P.D.- Las fotos en los tentaderos las hacia el amigo Taira Nono, que cada vez que venia de Tokyo, venia con una camara mas moderna. Y es que estos japoneses......
Un saludo
Marín:
ResponderEliminarSi pudieras verme ahora mismo me confundirías con el conejo de la suerte, porque estoy arañando el suelo con los dientes. Como decis por ahí abajo, ¡que envidia quillo! Pero grande.
Un abrazo
Precioso Marin solo me faltaba el olor a resina de esas jaras en flor que comenta el escrito.Gracias amigo por compartir esta bella descripción de un día de tentadero. Un abrazo Marin
ResponderEliminarUn poema de lujo, compañero...leyéndolo no es difícil imaginarse el momento, el sitio...un lujo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno Enrique, conejos de la suerte como tu dices habemos muchos. Si me pudieras ver las tardes de San Isidro sentado frente al televisor pensando en lo que seria ver los toros desde el 6...
ResponderEliminarUn saludo y gracias de nuevo.
Fran, Antonio, yo todavia lo leo, cierro los ojos y me vuelve a oler a jara y a ese olor a piton que mado que dejan las becerras y becerros cuando rematan en los burladeros... indescriptible.
ResponderEliminarUn saludo a los dos.
Gracias por compartir amigo Marín.
ResponderEliminarEn ningún momento he puesto el comentario de los toros para hacerte daño.
Entiendo todos los intereses creados sobre su fiesta,sobre los miles de puestos de trabajos que se perdería .No soy taurina ni antitaurina,,Lo único que nome gusta es su sufrimiento
Que tengas un lindo fín de semana
Con cariño Victoria
Marín, me has llevado embarcaíto al post de Taira Nono. No lo había leído y es una historia admirable. Me gusta mucho lo japonés, el sentido del honor que tienen, la importancia del ritual en sus cosas cotidianas y lo extremadamente amables que son. Creo que captan a la perfección el fondo épico y hasta mitológico del toreo.
ResponderEliminarUn abrazo.
por aquí ando compi, no vayas a rajá después por ahí que no te leo, jejejejeje, aunque seas betico y taurino, (ojú, picha). Nabrazo
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