
Dicen que hay lugares que tienen algo especial, te absorben y se te meten en vena como una droga a la cual debes dependencia durante el resto de tu existencia. Algo así me ha pasado con Asturias.
Sinceramente, no había muchas ganas de nada, pero la necesidad de hacer disfrutar a mi mujer después de llevarse todo el año trabajando mañana y tarde (suerte la suya y la mía) y la visita de Enrique y su familia a principios de mes a mi tierra, hicieron que los ánimos se fuesen viniendo un poco arriba. Y allí encontré lo que hace tiempo venia buscando: un remanso de paz indescriptible y una belleza inigualable, acompañado de un trato exquisito por parte de sus gentes.
Siete días para desconectar por completo del mundo, de toros, de festejos que simulan a los toros, de desempleo y sobre todo, de mas de uno. Pero sobre todo me ha servido para reafirmarme de que nadie echa de menos tu ausencia (o casi nadie) y que mas allá del umbral de tu casa, nadie va a esperar tu vuelta a excepción de mis perros y porque no pudieron venir. No es que me queje, solo es una asimilación personal de una rutina diaria.
Impagables esos pitillos de por la noche en la terraza del Hotel la Balsa, en Cangas de Onis, donde te sentabas y solo escuchabas el ruido del agua al correr por el río, e incluso el aullido de los lobos alguna que otra noche. El encanto de las campanas de la basílica de Covandonga sonando por todo el valle, las calles de Arenas de Cabrales a los pies del Naranjo de Bulnes o los pueblos costeros como Ribadesella o Cudillero. El trato exquisito en el Restaurante Monte Auseva, donde solo mirar el plato de Fabada Asturiana ya te alimentaba, para poner la guinda a una tierra mágica en muchos aspectos.
Os dejo en el Retoñal Pictures (click aquí) una pequeña muestra de lo vivido estos días en la patria querida. Como decía Woody Allen, "Si tuviese que elegir un sitio para esconderme y perderme, ese lugar sin lugar a dudas sería Asturias"
Gracias Asturias.