lunes, 29 de mayo de 2017

SOBRE LA FERIA DE CÓRDOBA (POR JOSE MLO)

"Córdoba y la flor amarilla"

Otro año más, que no uno más, en los anales de la Córdoba taurina. Se cierra llorando lágrimas de pena y sin atisbo alguno de nada parecido a la gloria la Feria de la Salud (que parecen querer arrebatarnos) del año que hace centenario del nombre de más peso que dio la ciudad califal al toreo: el de Manuel Rodríguez 'Manolete'. Una empresa de reciente andadura que entró como el caballo de Atila a recoger un guante al que nadie quería quitar el polvo del camino, prometiendo innovación y aire fresco a diestro y siniestro, y que no ha dejado más que un ramillete de los diestros de siempre y un balance de siniestro total; pues no hay otra conclusión posible, siendo objetivos, de lo vivido en una plaza de primera categoría a la que se humilla con tres festejos a pié carentes de innovación ninguna y en la que el ganado a precio de carne da para llenar dos tardes con el mismo hierro sin más mérito que los santos cojones de a saber qué poderosa mano.

No ha sido bastante con privar a un novillero local y dos veces triunfador en su casa de la presencia en la feria, sino que pese a tener que tragar en, repito y aunque no se lo crean, una plaza de primera con la sin caballos, en condescendencia con los jóvenes coletas puesto son los más inocentes de todo este tinglado funesto, si no que para colmo de males el hierro de la 'Z' repite al día siguiente con sonoro y pronosticado petardo; en la que el ídolo de la franquicia gerente del coso mostró una vez más que su desfachatez puede igualar sin sonrojo al compás de su capote. De tal forma se lo hizo comprender Córdoba, hastiada, por fortuna para su propio futuro, de engaños y falta de compromiso por unos y por otros responsables de su decadencia taurómaca.

Capítulo aparte mereció para un servidor, por presenciarla, la limpieza de corrales que llevó a cabo la ganadería de Juan Pedro Domecq, provocando en el aficionado familiarizado con el árbol ganadero un sentimiento contradictorio de pena e indignación al contemplar el ilustrísimo hierro de Veragua estampado en el cuero de una gatada de infame presentación para, repito, aunque no se lo crean, UNA PLAZA DE PRIMERA COMO ES EL COSO DE LOS CALIFAS DE CÓRDOBA.

No hubo nada de interés entre un deslucido Finito de Córdoba, capaz del mejor aroma, y ninguno de sus terciados oponentes, salvo los destellos de clase y calidad propios del que tuvo y retuvo. Lo nunca visto lo consiguió Finito con su primer toro que hacía segundo, mano a mano con la descasta alarmante de su oponente, al hacer que se tumbara de un pinchazo con la consiguiente puntilla ante la imposibilidad de poner en pié al animal; dando la sensación de poseer Juan Serrano una especie de mirada láser kriptoniana que fulmina a los bureles sin necesidad de emplear el estoque.

No menos deslucidos estuvieron los toros en el tercio de varas, del que se salvó quizás y siendo benévolos, un cuarto (segundo de Fino) que apretó en el caballo y medio se arrancó al segundo puyazo, consiguiendo arrancar leve ovación al del castoreño; no sabemos si por su moderadamente buen hacer, si por el amago de casta del cornúpeta, o por si no superamos la centena los que acudimos al redondel de Gran Vía Parque hambrientos de bravura y lidias íntegras en sus tres tercios. De igual manera, no dejaron excesivamente mala actuación (ni tampoco excesivamente buena) las cuadrillas a la hora de parear y bregar los animales, si bien es cierto que todas las faenas se desarrollaron en gran medida al abrigo de las tablas, dada la rajada condición de los juampedros; por lo que el espacio de movimiento de las reses fue bastante reducido.

Así y con todo, a estas alturas de la película se planteó una dicotomía:

De una parte: Don Enrique Ponce, avezado prestidigitador las más veces, antaño y cuando quiere aún en la actualidad, gran torero, no admitió el salir de vacío con su lote, y en el cuarto cameló a los presentes y al presidente, tras haber tenido que utilizar la cruceta en el abreplaza, con el clásico de la casa; faena de aparente verdad y cuidada estética, de ciertos pasajes con mejor ejecución y rematada con las exigentes poncinas, que dejó la sensación de una estudiada puesta en escena para esconder las carencias de un guión sólido; si bien debe ser loco el que escribe, pues ni siquiera un bajonazo de libro impidió que en el palco aparecieran dos pañuelos a precio de semáforo para, repito, y aunque no se lo crean, una plaza de primera como es la Córdoba.

De otra parte: el nieto del gran rondeño, Cayetano Rivera, mostró lo que de Ordóñez se le puede intuir en los recursos capoteros que demostró para evitar la huída en estampida del rajadísimo tercero, que acorde a su mansedumbre pavorosa, no dió más opción que la de verlas venir. La segunda parte de la dicotomía cordobesa se planteo en el sexto; un bochornoso espectáculo de dejadez y estafa a los tendidos, con la salida por chiqueros de un contrahecho, escurrido, paupérrimo de culalquier atisbo de trapío ¿toro? de Juan Pedro; insulto con patas que como guinda del pastel venía cojo de la izquierda delantera, lo que ocasionó que no se pudiera levantar tras el simulacro de aguijonazo del picador.. entonces: estalló la plaza. La exigencia hizo acto de presencia, las voces se levantaron en el tendido, las verdades brotaron de las gargantas engañadas por ladrones y ganaderos que ningunean la categoría, tanto histórica como oficial, del Coso de los Califas; y así, apareció el pañuelo verde y brotó la flor amarilla.

No fue nada del otro mundo, pero, oigan señores, quizás fuese ilusión óptica, delirio producto del hambre de toros o quizás si fue verdad, que aquel sexto bis, cinqueño y con el hierro de Parladé, era un toro de lidia; o al menos, a mi me lo pareció, o quise que me lo pareciera. No fue otra cosa la flor amarilla sino la flameante divisa monoclor gualda que portaba el parladeño en el lomo; flor amarilla que, tras la feria vivida, reverdeció la ilusión de un aficionado cualquiera, a sabiendas de la intuida selección en pro de la casta que, por determinadas reses lidiadas y palabras proferidas, parece ser que se está realizando en este hierro suplente de la casa ganadera de Juan Pedro Domecq. Qué quieren que les diga, tras los seis precedentes, este negro meano de Parladé se me antojó similar a un condeso de Pamplona: encampanado, barbeando en tablas, ancho de sienes, grueso de mazorca, reconfortantemente astifino, de contundente morrillo y decente lámina en conjunto; un animal que no defraudó en varas, empujando notablemente bien en el primer y paletillero puyazo y pasando el trámite en el segundo. En resumen, LO MÍNIMO EN CUANTO A NIVEL DEL GANADO QUE UNO SE ESPERA CUANDO ACUDE A, REPITO Y AUNQUE NO SE LO CREAN, UNA PLAZA DE PRIMERA CATEGORÍA COMO ES EL COSO DE LOS CALIFAS. Pero no quedó la cosa ahí.

El Riverita, de vacío en su primero, también quiso apuntarse a la fiesta, y si bien es cierto que no es Cayetano el ejemplo de matador comprometido con la diversidad de encastes, con los hierros de mayor exigencia, o aunque sea la cara visible de la ausencia de meritocracia que rige el escalafón de matadores, dando al César lo que es del César lo cierto es que hizo por torear. El buen concepto del que en alguna ocasión ha hecho gala, alejado de tremendismos, rodillazos u otros artificios, apareció, si bien no a su mayor dimensión debido a la escasa raza del cornúpeta; que no es menos cierto que estuvo a suficiente nivel (el mejor toro de la feria así y con todo) durante la mayor parte de la faena, embistiendo con moderada alegría y colocando la cara a las series templadas y medidas de Rivera Ordóñez, especialmente en redondo y con ciertos detalles de pinturería en los remates, sabiendo ajustar los tiempos al fondo del toro, sin aburrir al tendido, cosa que jugó en su favor para sumar intensidad a la faena en el punto final de la corrida. Al intento de una serie de ayudados por alto, el de Parladé se detuvo al segundo pase, por lo que Cayetano cejó en el empeño y le recetó un correctísimo volapié, pasaportándolo a los pies del tendido 4.

Así y con todo, el toro más serio e importante de la corrida sin ser un tigre de bengala, una faena de buen corte, sin florituras y buscando, al menos, el toreo, así como un certero volapié el hoyo de las agujas, amén de la infamia del sexto titular, no fueron suficientes para convencer a la mayoría del respetable y a presidente, para dar más que una oreja, que en agravio comparativo valió las dos precedentes, a una faena que irónica y tristemente alcanzó su valor por el vergonzoso nivel del conjunto de la temporada taurina 2017 en Córdoba. Qué le vamos a hacer.

A buen seguro que el supuestamente homenajeado con actos varios este año, el nacido al arrullo de la fuente de la Plaza de la Lagunilla, muerto matando a los de Zahariche, en figura y en un pueblo de Jaén, hubiera negado tener nada que ver con un despropósito de tal calibre en cuanto a organización de feria semejante para una plaza de primera categoría, como es sobre el papel la de Córdoba. Sabemos imposible o muy difícil un homenaje como fuere debido a nuestro Monstruo del toreo vertical, con una de Miura y por espadas de peso y categoría; pero tampoco es mucho pedir que la flor amarilla del espejismo parladeño reviva el seco jardín de la torería cordobesa, y que la primavera que viene, por mayo, al calor del Lorenzo y al estímulo del trino del jilguero y la golondrina, rebroten flores de muchos colores y fuertes aromas de casta y bravura en los lomos de los toros lidiados en la arena califal, así como toreros de categoría dispuestos a colmar los sentidos con el arte y el valor de sus percales y sedas. No será mucho pedir la expulsión de los mercaderes del templo, para honra y resurrección de una afición huérfana y famélica; alimentada por el recuerdo de un pasado glorioso, sostén tan firme como cansado y enfermo, de una plaza tan torerísima por historia y poso como denostada a día de hoy por viles intereses.

Tercer Puyazo

(Foto: "Presentimiento" de Nicolás Muller, extraída del blog 'La fiesta prohibida')

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