
La mañana fría, la tierra huele a humedad, y después de tirarle la mitad de un estaquillador a mi perra yo no se cuantas veces para que jugase un rato, termino la faena. Como siempre me espera mi banco de madera con el cartel “siéntate y respira”. Momentos que no hay dinero en este mundo para pagarlos. Echo mano del paquete de Nóbel y me enciendo un cigarro. Vuelvo a lanzarle el palo a Kenia y de repente se me para la vista en la valla donde tengo colgados mis “avios” al sol. Allí estaban relucientes. El y ella. Y parece que el tiempo se detiene y se hace eterno…
Gracias quillo. Gracias por tantos y tantos momentos compartidos. Gracias por dejarte curtir la piel a varetazos mientras me refugiaba tras de ti. Siempre he intentado tratarte lo mejor posible, con las yemas de los dedos mientras echaba tus vuelos al aire para después intentar tirar de ti hacia atrás con la mayor dulzura que mi necia y escasa experiencia me permitía. Perdona por las veces que no lo conseguí. Alguna que otra vez también le echamos una mano entre los dos a un compañero en apuros. Siempre que nos dejaron, estuvimos ahí.
La de kilómetros recorridos juntos. La de veces que me serviste de manta improvisada en la hierba fresca e incluso de mantel improvisado en más de un capo de coche. también algún que otro aguacero que hemos tenido que aguantar debajo de los alcornoques, testigos mudos de la ilusión torera de un chaval que veía como esa misma ilusión se iba con el agua que corría cuneta abajo por esos caminos de Dios. Aunque también era consciente de que algún día también me servirías de chubasquero en una plaza importante… y se cumplió aquel sueño, vaya si se cumplió. Y tu siempre conmigo quillo.

La de veces que has hecho cola en las plazas de tienta junto con la espada de ayuda para guardar turno con otros compañeros, o la de veces que has hecho de almohada improvisada.
Ahora, limpia si que estas guapa. Con un forro o con dos, pero guapa de verdad.
Hubo mucha gente que nunca confió en nosotros tres. Mas que mucha, nadie. Bueno, una si. Esa que ahora os mima y os coloca con mimo en casa. A esa a la que una fría y lluviosa mañana de octubre le brindamos un novillo en Huelva, en nuestra casa de diario. ¡Lo ves quillo como cumplimos aquel sueño campero!.
Ahora ya solo ella se acuerda de nosotros tres. Pero para que queremos más, nos sobra y nos basta con que ella hubiese creído y crea en nosotros. Nos sobran pañuelos blancos y palmaditas en la espalda. Como decía el maestro Jesús de Fariña, "El día que me muera, que me entierren con mi muleta y mi espada para poder torear a la muerte". Fuimos lo que fuimos y nunca fuimos nada. Para nosotros, demasiado.
Siempre os tendré a los dos para aprovechar las oportunidades que nos dan para “matar el gusanillo”. Y vosotros siempre me tendréis a mí con el cubo, el jabón, el cepillo y la Kenia para echar otro rato de limpieza.
Joder, me acabo de quemar con el pitillo que encendí me ha devuelto a la puta realidad. Pero allí siguen. El, ella… y una bolita de pelo negro moviendo el rabo y con medio estaquillador en la boca.