Bastaron dos capotazos. Dar salida por las yemas de los dedos
a la tauromaquia mas excelsa que hayamos visto muchos. Cambiar una mirada tímida
por un caudal de torería. Dos capotazos. Tímida pero transparente como gota de rocío,
que dejan ver la ausencia de confianza en la persona. No son las musas, porque
estas habitan de forma permanente en el torero. Es la persona que lucha por superar
al mito y desterrar para siempre al personaje.
Fue una tarde de verano, sin metrónomo que marcase el tiempo…
porque se paró en el mismísimo momento en el que el de la Puebla llegó. Daba
igual. Me encontré con el torero y me volví con la persona.
No hay paso atrás que no sirva para coger impulso. Ojalá
este sirva para empezar de cero. Yo ya lo hice aquella tarde de estío a finales
de julio al fijarme en aquella mirada tímida. Y si eso sirve para devolvernos a
la persona… bienvenido sea. Porque el GENIO saldrá con dos capotazos maestro.
Dos.
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